jueves, 12 de agosto de 2010

MITOS DE EL FAIQUE

MITOS DE EL FAIQUE.
E
Por. Oscar Arrieta Ramírez
 n San Miguel de El Faique, aquel pueblito casi desconocido que se encuentra escondido en la falda del cerro Huando, a mitad de camino en la ruta Piura – Huancabamba, los fantasmas, el muerto y las chununas, son cosas tan insignificantes, que no producen mas que cosquillas.
FANTASMAS Y FANTASMITAS
Don Pancho Martínez, el más extraordinario narrador de cuentos que ha tenido El Faique, era un hombre bueno, humilde, de corazón noble, heredero de las últimas generaciones de blancos de El Faique, que acostumbraba contar sus experiencias y aventuras a los jóvenes que solían visitarlo para degustar sus platanitos madurados en guaca (enterrados) y a veces si llegaban a buena hora lograban el lonche de cafecito endulzado con chancaca acompañado de su tostadito de maíz serrano que compartía muy ameno y alegre.
Contaba que una noche, muy, pero muy oscura, venía solo de Palambla, (Pueblo ubicado entre Canchaque y El Faique), después de dar serenata a su linda Rosita, “la más bella y hermosa Flor Andina” a quien logró enamorar gracias a su hábil rasgar de la guitarra y a la interpretación de sus sentimentales yaravíes. Caminaba contento después de haberle cantado los mejores temas de su inspiración, y especialmente ese que dice paloma blanca,  piquito de oro, alas de plata, no te remontes, por esos montes  porque Yo lloro, y venía repitiéndola en silencio y a veces silbando una y otra vez hasta que llegué al “Chivato” como se le llama, por el característico olor a azufre y chivato viejo, al desvío del camino que sube al cementerio en la carretera que une Palambla y El Faique. De pronto, vi delante de mi un enorme bulto blanco, era raro, les juro por esta luz que nos alumbra, rarisisisisimo, como una nube blanca que brillaba en la oscuridad,  tan resistente  y difícil de tocar a la vez, que me impedía dar paso siquiera, esto me turbó y sentí un friíto que me enfrió el alma y me puso la piel como de gallina, luego escuché que sonaba chataplag,... chataplag, como suena el pellejo de león gente cuando le meto bala, entonces me hizo acordar de mis viajes a La Coipa, (San Ignacio) donde dejé limpiando al pueblo de estas endiabladas bestias que no dejaban animales en los corrales. Reflexioné luego y me dije: a Pancho Martínez, el hombre que nunca le tuvo miedo ni al diablo, el hombre que sirvió de guía a Pizarro y a Almagro en su conquista a Huancabamba, nadie le pisa el poncho ni lo va a asustar. Entonces pensé: seguramente alguna de estas almas está penando todavía y me está persiguiendo, lo que despertó mi cólera de serrano, y enfurecido lo atrapé con mi poncho que era la única arma que llevaba, enseguida le emprendió a golpes, pues como hombre de puños no había nacido quien me falte el respeto y para las inclemencias del tiempo o las oportunidades de la vida me bastaba tener un poncho encima y el mundo me pertenecían. Entonces, le propiné de patadas, cabezazos, y puñetazos con todas mis ganas, y como había bastante barro, le llené de barro por todas partes hasta que el fantasma o muerto o como diablos quieran llamarle, casi llorando me imploró con dolor “ya no me pegues pues pancho”. Entonces de lástima lo solté y él se alejó con rumbo al cementerio; Si no, todavía estuviese pegándole porque cuando me enfurezco no hay cholo que me aguante, dijo el anciano agregando que hasta le dieron ganas de imitar al toro cuando tiene cólera y zurrarse encima de su enemigo.
Con lo que nadie puede ¡ni debe jugarse!, Es con los diabólicos, maléficos y despiadados  “GUANDURES”: Muy eficaces cuidando las chacras,  y los bienes de sus dueños, pues, los traviesos que osaban coger algo sin el permiso correspondiente, sufrían fuertes espantos, caídas, colgadas, chucaques ronchudos, sarnas y desmayos.
De aspecto nauseabundo, viejisisisisimos, malolientes, pelados, shirangos, con el pellejo reseco y muy pegado a los huesos, tienen figura de perro, o de gato, o de gallinazo, o también de víbora. Otras veces son almas en pena aunque en este caso es el más difícil porque se debe estar en el momento preciso de un fallecimiento, para aquietar el alma y transportarla cobijada en su pecho, hasta un santuario bendecido, donde lo depositan con mucho cuidado para que no se compacte con la casa y muera la familia. Este guandure es muy peligroso porque le produce tapiadura al dueño.
Los zoomorfos, suelen dormitar en el día, trepados en los árboles o piedras grandes, dando la impresión de estar muertos: Parecen sobrevivientes de siglos pasados: Sarnosos con el pellejo pelado, reseco y pegado a los huesos.
En mi niñez, cuando explorábamos en los campos de mi tierra, conocí los guandures: de la tía Panga, allá en Los Álamos, El de Rudórico Pacheco, el del Papá Félix,  y el de EUGENIO GUERRERO, “sí, con mayúsculas”.
El guandure de la tía Panga era una culebra que habitaba entre unas plantas de hoja larga pintadas verde y blanco, cuando pasábamos a la chacra de mi abuelita Matilde, debíamos hacerlo corriendo o sin hacer bulla para que no se despierte y nos siga. Nunca le vi pero mis amigos si daban fe porque les gustaba fastidiar a la viejita y robarle las frutas que siempre colgaban de su talanquera. El de Rudórico Pacheco cuidaba una chacra en El Tambo de San Antonio, por donde pasaba el camino de herradura al voltear la Loma del Cura antes de que haya carretera, donde abundaban deliciosas limas.
Una tarde de fuerte sol, mi padre, con mi tío Juan, regresaban a El Faique, cansados, jalando un par de toros bravos comprados en Chococá. Antes de asomar a El Faique, donde pensaban almorzar, divisaron, las apetitosas frutas muy encerradas con cerca de varas de flor de agua y espinas de faique, el dueño era un amigo que no les podía negar, pero para comprobar  si en verdad tenía un maléfico guandure como se rumoreaba en el campo, lograron ingresar por sobre el cerco que era demasiado grande para el común de los mortales, menos para ellos, siempre identificados como forzudos los mas machos del pueblo, fornidos y hábiles domadores de toros, no en vano a Juan le llamaban toro sin veta, y para demostrar su sagacidad, seleccionaron la sarta mas numerosa y la desgajaron del árbol para cargarla como yunce sobre su bestia.
Pasaron el racimo de frutas sobre la tranca de golpe, la pusieron fuera de la huerta y se dispusieron a salir, cada uno por donde había ingresado, ya sabían donde apoyarse y salir era más fácil que entrar. Pero, al estar trepados en el cerco, ambos resbalaron y cayeron, quedando colgados, uno de las mangas del pantalón, y el otro atrapado de la espuela en el alambre. Lo raro es que no tenían fuerza para levantarse y poder librarse solos, por lo que tuvieron que pedir auxilio a Rudórico quién mientras trenzaba sus sogas de cuero de res, mas conocidas como vetas, había notado la travesura y esperaba la caída, pues ya conoce como castiga su cuidador, que en este caso es un alma en pena que había recogido de un transeúnte que borracho cayó a un barranco cercano a su casa justamente cuando él estaba preparando el lecho.
Rudórico con las presas a su disposición, acudió lentamente al llamado sonriendo y frotándose las manos de gusto porque por primera vez su San Antonito iba a probar carne de blanco. A pesar de que la cuenta era una arrobita a cada uno (25 latigazos), solo les dio un par de fuertes latigazos a cada uno y les cobró un precio simbólico porque a los “blancos” no les podía cobrar los daños, a lo que las víctimas agradecieron pues era la única condición del libramiento,  después se soltaron muy fácilmente, como si hubiesen estado apoyados en el suelo. Oscar y Juan se sacudieron la ropa que estaba de polvo amarillento y hojas secas,  y con susto mal disimulado siguieron su camino, sin ganas de probar los apetitosos cítricos, pese a que ya eran suyos, y la sed del caminante se había acrecentado con el trajinar para zafarse y los gritos de auxilio, según decía el tío Juan, por temor a que les haga daño, hasta que media hora después llegaron al pueblo con sus bestias y limas, donde la gente pedía les regalen frutas y ellos muy generosos las repartieron sin quedarse con ninguna.
Sabían por indicaciones de Rudórico, que las frutas no estaban hechizadas y que podían compartirlas con su familia. Pero la duda fue más grande.
EL ORGUPE DEL PAPA FELIX
El papá Félix, como solía llamarle al hermano de mi abuelita Rosa Ramírez, tenía por guandure un enorme orgupe, una víbora negra con cabeza de gato, ciego, que le cuidaba su parcela en la parte alta del pueblo, a unos metros más arriba de los pozos de agua potable, donde abundaban deliciosos tumbos sobre unas piedras grandes, cañas castillas, y enormes plantas de cenizo cuyos frutos eran el manjar de las torcazas que se posaban en bandadas y los cazadores con escopetas y con tiradores de jebe (hondas) pugnaban por entrar y sobretodo porque no faltaban las orejonas que eran la tentación de los jóvenes y adultos que preferían sentir el placer en el shulay.
Recuerdo ahora que han pasado tanto años, al Papá Félix, recogiendo los huevos de gallina tuerta y echándolos en el bolsillo de su saquito crema con el que acostumbraba ir a visitar sus animales y de paso alimentar al guardián, acto que repetía religiosamente, a la oración de los martes y viernes.
La gente comentaba que mi tío había sembrado la cabeza de un gato negro mojino, y que en tres mesadas en noche de luna nueva, le había hechizado dándole forma de orgupe. Personalmente no he podido verlo, pero sí soy testigo de los gritos y saltos que daba mi hermano José cada vez que llegábamos al cieneguito que hay al pasar la tranca de la inverna luego de los posos de agua, las oportunidades en que nos mandaba a mudar los animales, pues, el reptil se le atravesaba entre las piernas, para luego perderse entre las hiervas; No sin antes darnos grande sustos, porque teníamos referencias de sus latigueadas que daba con la cola, y el tío no nos lo había presentado, pero de unos lloriqueos no pasaba, lo curioso es que a mí nunca me asustó y posiblemente sea porque entre las personas que el tío supo estimar, fui Yo el privilegiado.
EL GUANDURE DE DON EUGENIO
Temible y despiadado era el guandure de don Eugenio Guerrero, un indiecito magro, viejo curandero y experto en hechicerías, heredero e intérprete de los gentiles y sus espíritus, que vivía en la avenida Piura entre Pampa Alegre y El Faique,  en una chocita de cañas de guayaquil que traslucía su interior y techito de paja de caña de azúcar construida sobre un pedregal, apoyada justamente a la más grande piedra que enorme sobresalía del montón; Frente a su casa tenía una chacrita más pequeño que un estadio de sierra, productora de exquisitas limas, mangos, guabas y naranjillas que eran la tentación para las lavanderas, aguateros y muchachos que acostumbraban bañarse entre las pozas formadas por las piedras de la acequia que lleva agua al pueblo, pasando por la cabecera de la chacra.
El guandure, era un gato negro, tan viejo que cuando lo conocí, daba la impresión que los años le habían quitado más de sus siete vidas; y que si no estaba muerto, enroscado sobre un shimir, agotaba los descuentos de su existencia. Era inmune a la lluvia, al viento, al fuerte sol y al hambre; rara vez se le podía ver la cara, y quien lo fastidiaba o se atrevía a robarle alguna fruta, recibía un escupitajo y una fulminante mirada directa a los ojos, que “segurito” lo “tapiaba”, dejándolo sin habla, sin conocimiento, con tembladera, se le apretaba la traquea hasta que se le agotaba la respiración y se desmayaba espumando por nariz y boca; hasta podía morirse con enfermedades raras. No porque fuera como la medusa con ojos brillantes, si no por el contrario, era la mirada de la muerte, de un par de ojo inexistentes, de un animal al que por tener pellejo no se le caían los huesos, y la persona afectada tenía que ser curada por don Eugenio el único que podía quitarles el maleficio. No había nadie mas que pudiera hacerlo,
El viejo les frotaba con flores blancas, maíz misho, simoras, guachuma y el infaltable cañacito; luego los presentaba ante su gato para que le digan su nombre completo, el nombre de sus padres, le pidan perdón por la ofensa cometida a su majestad y le prometan respetarlo y nunca mas nunca mas volver a travesear en la huerta ni menor faltarle de pensamiento, palabra o acción.
Con este menjurje se curaban como si les arrancaran el mal con las manos. Muchos incrédulos trataron de matarlo, a pedradas, con palos, a balazos, y hasta quemándole su sarnígeno shimir, pero nadie lo ha logrado, nadie pudo hacerle daño; sólo han logrado derribarlo, complicándoseles la situación porque en el suelo inexplicablemente desaparecía cuando tenía pereza para hacer daño, o bien se convertía en colambo y los corría a latigazos y hasta cuentan que si la víctima no podía correr o se caía, el animal aprovechaba para meter su cola por donde no debe. Como prueba que lo que les estoy contando es cierto, quedan dos cruces y hasta tres con una que no quisieron ponerla los familiares por vergüenza (dijeron que fue una epilepsia), en la poza más grande que se forma en la acequia, pasando las piedras grandes, otras talvez debieron ponerlas también porque las víctimas llegaron graves a morir a sus casas y algunas madres gestantes que probaron de las frutas, si bien no sufrieron susto, tampoco pudieron tener sus bebes sanos si no que los perdieron o salieron dañaditos, sin saber que fueron trabajitos  del guardián.
LA MUERTE DEL VIEJO, EL EMISARIO, Y LA MUERTE DE LA  VIEJA.
Víctima de un daño de brujo malero, murió hace tres décadas don Eugenio, dejando su choza y su arte a Margarita el único amor de su vida “y de su muerte;  Y a su heredero Eugenio El Ñaño, quien en el lecho de muerte recibió antes del fallecimiento, las virtudes del viejo, tesoro que lo ha convertido en un extraordinario singador de tabacos, guachumas y simoras; y experto en limpias, rastreos, florecimientos y levantadas.
Del guandure no se tenían noticias hasta estos anteayeres nomás, que desde el más allá, el viejo le ha encomendado llevarle a su fiel Margarita
Esa tarde, se encontraban jugando tejas y tomando su cañacito El dueño de casa con su compadre Wílmer Arrieta y Manongo tío de Eugenio. Como la noche se llegaba y les impedía seguir jugando, Margarita, se acomidió a prender el candil en el fogón, para ello se dirigió a la cocina donde muy sorprendida divisó por la rendija de la quincha, un par de ojo brillantes del micifuz que arañaba los carrizos para entrar, y creyendo inicialmente que se trataba de un perro dañino le tiró el agua hervida que quedaba del calentadito que acababa de preparar. Sin embargo, el animal siguió abriéndose paso sin hacer el mínimo caso a la pringada ni a los gritos de pasa, animal fiero, zafa gato maldito, ni a los golpes que le daba con su copo, porque parecía que no le tocaban hasta se quebró y el animal logró entrar, entonces ella lo reconoció y gritó con desesperación ¡gato maldito!, ¡Guandure Jijuna!, ¡Ya me jodites!, Carajo..., uyuyuy..., ¡me lleva mi Geño!, Cuando llegaron a auxiliarla los parroquianos, encontraron al escuálido, metido en la cocina, gruñendo bravo. Exhalando ronquidos y revolcándose en el poyito donde acostumbraba sentarse Margarita, para luego quedarse como muerto, causando angustia y desesperación entre los familiares, porque en el lenguaje de los gentiles, es el anuncio de ¡muerte! Para la persona en cuyo asiento se posa el animal.
Y es que don Eugenio, sentía la necesidad de juntarse nuevamente con su guambra como siempre le decía en sus cantos, porque en la eternidad también se extraña a su ser amado y no hay mejor emisario que su guandure. Y precisamente para ello lo había preparado con tiempo.
Para hacerle la contra al designio del viejo brujo; Ñaño, Manongo y Wílmer cogieron al animal y le embutieron una botella de cañazo con ajos giro por el hocico  y soplando cañazo, aguas floridas con azufre y sal a los cuatro vientos pagando a los cerros Manirca, Huando, Huayanay y Villaflor para que se salve la entrañable compañera de Geño. Hasta le hicieron misas de sanación y múltiples responsos, pero la compactación de los esposos era más fuerte que cualquier menjunje de aprendiz de brujo, y a la noche del tercer día la Mayorcita, se quedó dormida para siempre, con su rosario en las manos para pedir perdón a Dios por su herejía, se aferró a la muerte como si el alma se le hubiera escapado del cuerpo con la visita del diabólico mensajero. Dejando a su Ñaño, quien espera que vuelva pronto el guandure para que lo lleve a juntarse con sus padres.
El gato, que después de la contra que le dieron, salió por donde le dio la gana sin que nadie se atreviera siquiera a mirarlo, ha regresado a las piedras  de la chacra, frente a las cruces de las ánimas, donde se juntan las aguas que bajan del ciénego, con la acequia; y desde allí remozado para otra misión, pues ya se llevó una alma que le sirve de tonificante, está vigilando para que nadie intente hacer daño, no solo a las chacras sino también al pueblo y las casas que ahora han invadido su territorio.

1 comentario:

  1. Voy a contarte nin. Cuento de Pancho Martinez tenia su escopeta que se le cargaba con polvora un su q hacer cotidiano solia cazar en esos no habia mucha poblacion en Huando un caserio copado de una abundante flora y fauna en esta esoesura de vejetacion habitsba el venado en cierto dia escasiaba casi su alimentacion segun el solamente le quedaba un poco de zarandajas muy temprano como de costumbre en su leguaje familiar replicó Alejaja pra las zarandajas voy a a Huando haber si cazo aunque sea una torcaza. Pero en esa mañana le fue muy bien llegando al monte espezo del Huando logró verq un venadazo se habua quedado bien dormido dsesperadamente zaco un cartucho y cargo su escopeta con toda seguridad apunto al venado y derrepente plac zono el arma y avia acertao en el cuerpo del venado quedabdo tendido en el suelo logró arrancar unos vejucos especiebde soga y ato al venado de las patas y enrrumbo alegremente a su casa ya muy sercano a su casa grito Aleja vota las zarandajas qu traigo mucha carne Aleja ciertamente al ver el pesado venado voto a la pampa la repectiva menestra Pancho tiro el venado a la pampa frente su casa y entró a filar el cuchillo para empezar a pelarlo pero gran fue la sorpresa q el venado no habia estado muerto si habia estado dormido y al ver q se acercaba Pancho con el afilado cuchillo el venado pego un grito y de do templones arranco el vejuco y se escapó haciendo burlas a Pancho con su mirada desafiante ya no le dio lugar a oancho a cergar su escopeta y no le quedo nada mas a Pancho y a Aleja a recojer las zarandajas ycambiar el menu matutino de carne a menestras

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